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 junio 23, 2012 0

¿Qué significa tener una economía centrada en la gente?

Por William Pleitez, economista jefe del PNUD El Salvador

Foto: David Álvarez Veloso

El desarrollo humano: un paradigma centrado en la gente

Muchos países y territorios como Singapur, Corea del Sur o Taiwán, que ahora son ricos, solo tienen gente, son pequeños, no son ni siquiera autosuficientes en agua, mucho menos en alimentos, minerales y combustible (Enríquez Cabot, 2004). Esta constatación respalda el planteamiento del primer Informe sobre Desarrollo Humano que sostiene que la verdadera riqueza de una nación está en su gente. También ofrece a otros países pequeños, densamente poblados y con poca disponibilidad de recursos naturales, como El Salvador, la posibilidad de construir una visión optimista sobre su futuro.

Pero, ¿qué han hecho esos países para avanzar tanto, en un entorno en apariencia desfavorable para el desarrollo? Simplemente, tal como lo sugiere el paradigma del desarrollo humano, han colocado a las personas al centro de su preocupación, invirtiendo en la expansión de sus capacidades con el propósito de ampliar sus opciones y oportunidades. Han asumido la creación de un ambiente propicio para que sus habitantes disfruten de una vida prolongada, saludable y creativa y han orientado las políticas públicas en esa dirección. En síntesis, han construido desarrollo humano.

Este enfoque del desarrollo no es una invención nueva. Según Haq, la idea de que los beneficios sociales deben juzgarse por el nivel de promoción del “bienestar humano” se remonta hasta Aristóteles (384 – 322 A.C.). Este filósofo sostenía que “la riqueza no es el bien que buscamos, porque es simplemente útil y persigue otra cosa”. También distinguía un buen orden político de uno malo por sus éxitos y fracasos al permitir a las personas llevar “vidas prósperas”. Emanuel Kant (1724 – 1804) continuó con esa tradición de tratar a los seres humanos como el verdadero fin de todas las actividades al señalar: “por lo tanto, actúen en cuanto a tratar a la humanidad, ya sea en su propia persona o en la de otro, en cualquier caso como un fin adicional, nunca como medio solamente.” Similar preocupación también fue expresada por Adam Smith (1723 – 1790), quien, al sostener que el desarrollo económico debería permitir a las personas mezclarse libremente con otros sin “avergonzarse de aparecer en público”, estaba acuñando un concepto de pobreza que iba más allá de contar calorías (Haq, 1995). La misma preocupación se encuentra en los escritos de otros fundadores del pensamiento de la economía moderna, tales como William Petty, Francois Quesnay, Robert Malthus, David Ricardo, Karl Marx y John Stuart Mill (PNUD, 1990).

En El Salvador, Alberto Masferrer (1868-1932) a finales de los años veinte del siglo pasado hacía planteamientos similares al sostener que “toda criatura, por el simple hecho de nacer y de vivir, tiene derecho a que la colectividad le asegure, mediante una justa y sabia organización de la propiedad, del trabajo, de la producción y del consumo, un MINIMUM DE VIDA ÍNTEGRA, o sea la satisfacción de las necesidades primordiales” (Masferrer, 1929, mayúsculas del autor de este texto). Esas necesidades primordiales, a su juicio, eran las siguientes: a) trabajo higiénico, perenne, honesto y remunerado en justicia; b) alimentación suficiente, variada, nutritiva y saludable; c) habitación amplia, seca, soleada y aireada; d) agua buena y bastante; e) vestido limpio, correcto, y buen abrigo; f) asistencia médica y sanitaria; g) justicia pronta, fácil e igualmente accesible a todos; h) educación primaria y complementaria eficaz, que forme hombres cordiales, trabajadores expertos, y jefes de familia conscientes; i) descanso, recreo suficiente y adecuados para restaurar las fuerzas del cuerpo y del ánimo. De la misma forma como lo establece el paradigma del desarrollo humano, Masferrer vinculaba la formación de capacidades humanas –vía la satisfacción de las necesidades primordiales– y el uso que la gente hace de tales capacidades al señalar que los “hombres que no se alimentan bien, que no se abrigan bien, que no descansan bien, que no se guarnecen bien, no sirven para trabajadores ni para ciudadanos; ni para defender a su patria, ni para sostener a su familia”.

El paradigma del desarrollo humano, sin embargo, va mucho más allá de lo que planteaban estos pensadores y humanistas. El principal arquitecto y promotor del concepto de desarrollo humano fue el economista paquistaní Mahbub ul Haq, apoyado en la teoría de Amartya Sen sobre la expansión de las capacidades.

El enfoque de Sen establece una relación entre funciones y capacidades. Las funciones son lo que las personas valoran hacer o ser; y pueden ir desde las más elementales, como comer bien y no padecer de enfermedades evitables, hasta otras más complejas, como participar en la vida de la comunidad y respetarse a sí mismas. Las capacidades, por su parte, se refieren al conjunto de condiciones y posibilidades reales (i.e. tener conocimientos, salud, ingresos, acceso a activos) que poseen las personas para realizar las funciones deseadas o vivir según lo que valoren. Las capacidades, por lo tanto, representan la libertad de lograr distintas combinaciones de funciones entre las que se puede elegir. Finalmente, el desarrollo humano es el proceso que amplía las opciones de las personas y fortalece las capacidades humanas, para llevar al máximo posible lo que la persona puede ser y hacer.

Desde esta perspectiva, los logros de los distintos países en sus procesos de desarrollo deberían dejar de evaluarse exclusivamente con base en el PIB per cápita, como solía hacerse, para considerar un conjunto más amplio de dimensiones. El rol de los individuos en la vida económica y social pasa de consumidores y productores a constituirse en actores. Importa, por tanto, considerar “el interés percibido” y las “contribuciones percibidas” por las personas, es decir, la manera en que las personas perciben su propio interés, cuestionando la visión neoclásica de la utilidad. Esto último es especialmente relevante en el caso de muchas mujeres, quienes suelen identificar sus deseos y necesidades con las de otros, debido a sus identidades atadas al interés de los hogares, o que aceptan el estado de cosas como algo natural, todo lo cual tiende a preservar las condiciones de inequidad en que viven (Sen, 1990).

Cabe señalar que, inspirados en los trabajos de Sen y bajo el impulso inicial de Mahbub ul Haq, desde 1990 a la fecha se han publicado 21 informes mundiales sobre desarrollo humano, varios cientos de informes nacionales y miles de artículos relacionados. Producto de ello se ha configurado todo un paradigma de desarrollo que difiere –en cuanto a fines, componentes, estrategias y políticas– de los enfoques tradicionales, especialmente de

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